25 de septiembre de 2016

Misa de la Vendimia - D.O. Cigales

El motivo de nuestra celebración tiene que ver directamente con la vendimia. “Es de bien nacidos, ser agradecidos”. Por eso estamos aquí, para agradecer a Dios el fruto de nuestra futura cosecha, puesto que apenas se ha empezado a vendimiar. Agradecer el fruto, no es solo caer en la cuenta del rendimiento económico, sino agradecer el trabajo realizado por los viticultores y todos aquellos que trabajan en este gremio, en todas las etapas del proceso.
            Podríamos, efectivamente, realizar un paralelismo entre el poceso de realización del vino, y el proceso, también, de hacer un cristiano. Ambos procesos necesitan un cuidado, un tiempo, un mimo, una dedicación, una labor; no conviene forzar los procesos, ni poner todo el acento en el momento de la vendimia, puesto que el trabajo al ser muy delicado, en el de ambos sigo pensando, por ello conviene disfrutar cada etapa del camino. Efectivamente, cómo no vivir con alegría la vendimia si es el fin de una etapa, que no del camino, puesto que el cuidado en la bodega es fundamental, así como colocarlo en el mercado y saborearlo en el hogar o en la hostelería. Pues de igual forma ocurre con el proceso de hacerse un cristiano, todo no termina con la recepción de los sacramentos; la Iglesia como buen viticultor sabe lo que necesita en todo momento cada uno de sus hijos.
Si no fuera por el fruto de la vida, hoy por hoy, no podríamos celebrar la Eucaristía, puesto que uno de los dones básicos es el vino. Por ello damos gracias al Señor por el vino, que junto con el pan y el agua, constituyen la Eucaristía.
También me gustaría resaltar, tal y como nos invita el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’, que cuidemos de la viña, que cuidemos del planeta Tierra, puesto que es nuestra casa común. La tierra como hogar común donde habitamos: seres humanos, animales y plantas. Al decir común, hablamos de una tierra compartida.
Acabamos de escuchar la Palabra de Dios para este Domingo, palabra que se proclama en todas las denominaciones, pues por el sacramento del Bautismo formamos parte de una única denominación que nos hace hijos de una viña, Iglesia, y un viñador, Dios nuestro Señor.
Y el Evangelio nos habla de Epulón, el rico que banqueteaba y banqueteaba, pero mientras lo hacía no era consciente de su porvenir. Sin embargo, como hemos escuchado, le llegó la hora, el momento en el que ya casi no se puede echar marcha atrás, cuando ya está todo hecho, y entonces cuando vio las orejas al lobo es cuando se dio cuenta de la clase de vida que llevaba.
Nosotros, en cambio, estamos a tiempo, puesto que el Evangelio en general, y este pequeño texto en particular nos habla de cómo hemos proceder en vida, antes de que sea demasiado tarde. ¿Qué tenemos que hacer, pues? Escuchar tranquilamente la Palabra de Dios, sin prisa, y que ella sea la que alumbre nuestro pequeño majuelo, para que sea Él el que nos dispense del agua, del cuidado, del amor, etc. y nosotros dejándonos cuidar daremos el fruto que se espera, que es la salvación de nuestras cosechas, que no vayamos a llevar la uva a la bodega y nos la retengan o devuelvan por estar en malas condiciones.
Pidámoselo hoy al Señor, por medio de Nuestra Señora la Virgen de la Merced cuya advocación recordamos hoy. Ella nos puede redimir, también, de los cautiverios en los que nos encontremos dentro. Así sea. 

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