27 de septiembre de 2016

Homilía - Domingo 26º T.O. Ciclo C

Los pueblos de nuestra denominación ya celebran la fiesta de la vendimia. Supongo que en otro tiempo tendría un sentido muy diferente al de ahora. La vendimia sería una gran fiesta celebrada por todos. El progreso conviene en nuestro mundo, porque favorece la calidad del trabajo y de la producción, pero también tiene sus desventajas y es que este nos ha hecho mucho más individualistas, enfrascados en nuestras cosas, viviendo desde la inmediatez, entonces todo esto hace que las fiestas sean programadas y no tanto algo que brota de cada casa, casa de puertas abiertas en el que se ofrecía todo.

También podríamos observar desde ahí nuestro mundo que es un tanto Epulón, como el personaje del Evangelio de hoy. Vivimos desde la imagen, cuidamos mucho la imagen, disfrutamos mientras podemos, nos lo pasamos bien, cómo podemos y nos dejan. Pero mientras tanto no tenemos en cuenta algunas consideraciones que deberíamos tener. Quizá en ocasiones tengamos que tener cuidado con la sal, con el azúcar, con las grasas, que si la última ronda, el último clarete, etc. pero decimos “un día es un día” y ale para el cinto. Y en ese preciso instante no caemos en la cuenta de lo que nos puede sobrevenir. Después, cuando ya es demasiado tarde es cuando vienen las lamentaciones y es cuando surge la pregunta: ¿Dónde estaba Dios que ha permitido esto? O se afirma, Dios no existe porque no puedo creer en un Dios que consienta esto. Sin embargo, a Epulón lo que le sucede es que mientras vive, y cómo vive, vive bien, iba a decir vive como un cura, pero creo que la gente no sabe muy bien cómo vive un cura, pero bueno todos nos entendemos, pues él no se daba cuenta o prefería seguir disfrutando. ¿Saben por qué? Porque Epulón no caía en la cuenta que esta vida tiene un principio y también tiene un final, y que las cosas no van a ser igual que hasta ahora siempre. El Reino de Dios, la salvación, no se compra; pero esto no interesa, no preocupa, porque como estamos estamos muy bien y no vengas a amargarnos la fiesta. Pero lo que hacían los profetas y a lo que vino Jesucristo es a rescatarnos de nuestras opulencias.

Por eso, también podemos vivir muy bien, pero teniendo en cuenta lo que el Señor nos recomienda en el Evangelio, especialmente en las Bienaventuranzas y en la oración del Padre Nuestro. Y que es lo que se nos dice ahí, pues se nos presenta un programa de vida pero que no es para un ratito, sino que tiene tarifa plana. Nuestra inconsciencia y nuestra falta de fe no motivan la presencia de Dios en nuestros planes, es mejor seguir viviendo como adormecidos, que por lo menos –como se suele decir- no tengamos dolor.


Entonces nos encontramos con las dos caras de la misma moneda: Epulón y Lázaro. Dos perspectivas de una única realidad. La botella, ¿medio llena o medio vacía? Pues ahí tenemos dos caminos, ahora –libremente- nos corresponde elegir por cuál apostamos, pero cuidado, porque tenemos que pensar que el juego dura más que esta vida. Por tanto, cuida especialmente tus relaciones con los demás, que no eres el ombligo del mundo, que hay más gente a tu alrededor, cuídate, también porque a veces no sabemos, cuida las amistades que son muy importantes, cuida tu manera de enfocar la vida, de concebirla, del cuidado de la naturaleza, del cuidado de los animales, de las plantas, del tiempo que dedicas a tu familia, a tu cónyuge, a tus hijos, a tu familia, etc. pero también tu relación con el Señor, porque desde Él todo puede quedar mucho más enriquecido. Solo desde la fe se puede comprender esta opción de vida, que nos llevará a una vida eterna, plena, y no en la última hora a la lamentación por, como solemos decir, nuestra mala cabeza.

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