11 de diciembre de 2015

LA INMACULADA

Durante el tiempo de adviento nos vamos dejando interpelar por la Palabra que escuchamos día tras día, domingo tras domingo. Hoy, solemnidad de La Inmaculada Concepción, escuchamos un palabra de esperanza. Esta es la forma propia de quienes esperamos la llegada del Señor.
            La esperanza se fundamenta, especialmente, en la espera de algo que ha de venir, algo mejor de lo que ya tenemos, porque si no, no sería esperanza.
            La propuesta de la Iglesia para este día es muy sutil, es muy fina, apunta muy alto. El cristiano está llamado a estar en comunión con Cristo, a estar unido a Él, en comunión con sus hermanos, especialmente los más inmediatos, por qué no vamos a estar más unidos con los que desconocemos que con los que conocemos, aunque ciertamente los desconocidos no nos dan muchos problemas, es en el roce diario donde aparecen las complicaciones.
            María es Madre de la Esperanza, y en este día en el que el papa Francisco, inaugura un Año Jubilar para toda la Iglesia, un año de la Misericordia, María es Madre de la Misericordia.
            Y, ¿qué significa Inmaculada? El libro del Génesis nos ha presentado el relato mítico de nuestros primeros padres: Adán y Eva, primer hombre, primera mujer. Ahí está la primera mácula de nuestra historia, el primero tachón en la historia de la salvación trazada por Dios. Es propio del hombre pecar, pero es muy propio del hombre perdonar, tener misericordia de todos nosotros. La misericordia se recibe cuando hay arrepentimiento, no cuando se traspasa la responsabilidad de los hechos: “es que yo no fui”. María, como segunda Eva, supera con creces a la primera mujer. Dios esta vez no se arriesgó: purísima habría de ser la Madre de su Hijo, purísima habría de ser nuestra madre común.

            María no tuvo pecado, pudo tener alguna dificultad para entender, pero es que Dios sabe de quién se fía, y aquí no valen los sucedáneos, las apariencias, etc. Por eso, María entona –cuando comprende, cuando confirma lo que siente- un cántico. Está contenta, no por el cargo que va a ocupar, sino porque es feliz, porque su vocación de Madre, le hace muy feliz, muy dichosa.
            Ella, como dice San Pablo, es bendita porque ha sido elegida y ha sido destinada a realizar una misión enorme. El principio y fundamento de su vida es engendrar y ahí está también la virtud más grande que hay en ella: engendrar, concebir, dar a luz, en virginidad. No hay un solo motivo para desconfiar, María es modelo de fe. Sus pensamientos, sus obras, son como los de Dios. El Señor ha elegido a esta humilde nazarena para confundir a los sabios y entendidos, a los que aún están dando vueltas al cómo pudo ser, si no conocía varón. María resulta chocante para un mundo, a veces un tanto complicado, alienado por los logros personales, por las satisfacciones del triunfar todo por puros méritos, sin tener en cuenta la fuerza que viene de lo alto.
            ¿De dónde le viene la seguridad a María? Ella ha recibido el Evangelio, la buena noticia. Es una pobre adolescente, en la que Dios ha fijado su mirada, como lo hizo con los pastores, es a ellos a los que se les hace portadores de tan gran alegría, o de aquellos que nos queramos hacer como ellos: pobres. Pobres, necesitados, en dependencia, de lo que nos pueda dar el Señor.
            María, Madre de la Misericordia, modelo para nosotros en este Año Jubilar que hoy comenzamos. En el que se nos anima a que entrenemos en esta virtud cristiana: la misericordia. En el que se nos anima a que nos fijemos en Cristo, rostro vivo de la misericordia del Padre. En el rostro del crucificado podemos descubrir el perdón y el amor, sin esperar réditos: te perdono, pero si tú me… La misericordia, Dios lo sabe muy bien, y todos aquellos que la han practicado hasta sus últimas consecuencias, es un don que se realiza sin esperar nada a cambio. Quien es misericordioso es feliz, vive en paz con el mundo y consigo mismo.

            Hoy, que celebramos a María Inmaculada, patrona de España, le pedimos, también por nuestra nación, por los españoles para que no perdamos las costumbres propias de nuestra fe y de nuestra cultura, que desarrollemos las mociones, los sentimientos, que hemos heredado de nuestros padres y vivamos en compromiso con la fe. Nos irá mejor a todos. Así sea.

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