25 de marzo de 2016

VIERNES SANTO

En este Viernes Santo, igualmente que ayer, les invito a sintonizar con los sentimientos de Cristo. ¿Qué está pasando por el corazón de Cristo en este momento inminente de su muerte? ¿Qué vemos, queridos hermanos, en este escenario que ampliamente nos acaba de ilustrar la lectura de la Pasión?
            No hace falta estar muy ciego para ver odio, rencor, envidia, corrupción, poder, egoísmo,… en definitiva: pecado. El pecado del hombre llevó al Señor a la cruz y la misericordia del Padre nos irradia salvación desde esa misma entrega. ¿Puede –acaso- haber amor más grande? ¿Somos merecedores de tal perdón?
            Esta mañana que bello poder recorrer las catorce estaciones del viacrucis, catorce escenarios, catorce situaciones concretas por las que pasó el Señor. Hacer el ejercicio del viacrucis desde el silencio, la oración, el canto, el aire, el hermoso paisaje, el agua, la soledad,… pero que gratificante acompañar al Señor al lado de otros compañeros. Llegar al punto de partida y ver que hay gente acompañando al Señor en el Monumento; la Iglesia se apoya con la oración. Y por el camino hoy, como entonces, ¿qué nos encontramos?: un día de fiesta, de indiferencia, a veces a uno le da por pensar, ¡tentación!, si lo nuestro es de otra época, es cierto que habrá que renovar y convertir muchas de nuestras formas, especialmente cuando salimos a la calle, pero ciertamente nuestra piedad, nuestra religiosidad popular, es profética porque media entre Dios y los hombres, porque nos previene con la Palabra del Señor y nos invita a la conversión. Y porque el escenario de la Pasión y Muerte del Señor es actual, por tanto, no es rancia ni anacrónica.

            Lo que pasa hermanos es que la cruz no gusta, es escándalo, necedad,… para los que no la conocen, pero los que sí la conocemos, no la tenemos miedo, al contrario, en ella se encuentra no solo nuestra salvación personal, sino la salvación del mundo, aunque este no se entere ni se quiera enterar, pues el mundo mira hacia otro lado cuando ve la cruz; a la gente no le gusta oír penas, enfermedades, tristezas.
            ¿Cuántos cuadros de nuestra vida son de cruz? Muchos, muchos de ellos nos tocan muy de cerca. Podemos recorrer lo que el Papa Francisco llama “periferias existenciales” para darnos cuenta de que la cruz del Señor es actual y el que no lo quiera ver es que se hace el ciego o mira para otro lado.
            La cruz está dentro y fuera de la Iglesia, porque muchos de sus hijos reniegan, porque no secundan los compromisos adquiridos en las grandes celebraciones, que quedan en eso en celebraciones, pero hermanos, cuando nos bautizamos, ¿a qué nos comprometemos? A la transmisión de la fe, que sería mucho más fácil si nos sintiéramos piezas importantes de la comunidad, si tuviéramos sentido de pertenencia.
            La cruz está en la familia, porque muchas veces la relación padres e hijos deja mucho que desear, porque en la relación de pareja a veces falta el diálogo, hermanos porque invertimos mucho en poner la casa, pero muy poco en escucharnos y crear espacios donde lo importante es estar juntos, alrededor del fuego o del parchís.
            La cruz de tantos jóvenes, que una vez terminan su formación, no encuentran trabajo, con todo lo que se han sacrificado estudiando y pagando sus estudios. Y falta la ilusión por trabajar. La cruz de tantos padres que les gustaría saber más de sus hijos jóvenes cuando salen de casa, con quién andan, en dónde, qué toman, etc. La cruz de los jóvenes perdidos en un sin sentir o sin valores, en el que aceptan y toman lo que toque. ¡Es preocupante!
            La cruz de una sociedad que no cree, que no tiene necesidad de Dios. Esta misma sociedad sin esperanza en el porvenir de su país, pues los gobernantes dejan mucho que desear.
            La cruz del sacerdote que carga con su propia cruz, su propio pecado, pero también que mira hacia arriba y ve una iglesia que le supera por las necesidades de esta, que mira hacia abajo y ve una Iglesia, una comunidad aun por construir.

            Y la cruz de Dios, pues Dios mira todo esto y más, y llora, es ese su sentimiento, le duele a Dios esta situación. Pero, ¡ojo!, no se desespera, ¿no veis hermanos los brazos de Cristo? Abiertos de par en par, para acogernos ahora y siempre. Así sea.

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