6 de junio de 2016

Homilía - Domingo 10º T.O. Ciclo C

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios, de suma importancia en nuestra celebración y para nuestra vida cotidiana. Dios nos habla, su Palabra está viva, es actual.
            ¿Se dan cuenta de lo que hemos escuchado? Hemos oído hablar de dos madres que ven morir a sus hijos. Una es nombrada por el autor del libro de los Reyes como “señora de la casa” y la otra, dice Lucas, evangelista especialista en tratar la misericordia de Dios, es una viuda de una ciudad “llamada Naín”.
            Que duro tiene que ser para una madre ver morir a un hijo. Sabemos que es más lógico lo contrario: que los hijos entierren a sus padres, y no al revés. Es antinatural.
            Junto a estas mujeres hay dos personajes más, uno es el profeta Elías y en el caso de la viuda de Naín, está El Profeta, Jesús el Señor. Los dos muertos revivirán por la oración de intercesión de Elías y por la imposición de las manos del Maestro.
            La muerte. Hermanos, ¿en estas escenas en quién de los personajes nosotros nos vemos más representados? ¿En las mujeres que suplican lo imposible? ¿En el Señor que salva a través de sí mismo o sus mediaciones? ¿en la gente que acompaña, que ve la escena, habla, murmura, pero no hace nada? ¿en el muerto?
            Dios ha tenido compasión y ha mostrado una vez más su misericordia para restablecer lo imposible. Aquello que puede parecer muy torcido, se puede enderezar, aquello que parece imposible que pueda cambiar, como es la misma muerte, con la intercesión de Dios a través de sus mediaciones o la actuación del mismo Dios, puede volver a la vida. ¿Qué hace falta? Fe. Porque la fe nos hace salir de nuestro amor, querer e interés. Necesitamos abrirnos a la gracia de Dios y que Él lo haga todo; hacernos disponibles, dejarnos tocar, ponernos a tiro. Pues una clase de muerte, si es que podemos hablar de diferentes muertes, es resistirnos a que la gracia de Dios actúe en cada uno de nosotros. Muerte es creer que en  nosotros está la solución de todos los problemas, que “dejadme a mí solo, que yo solo puedo”, que somos autosuficientes, que ya a nuestra edad poco podemos cambiar, y nos lo sabemos todo como para que venga alguien, y encima mucho más joven, para cambiarnos costumbres, “aquí se ha hecho esto toda la vida”.

Todo eso es muerte, pero que puede convertirse en vida. Muerte es vivir bajo el peso de la culpa o la culpabilidad, pues crea depresión y tristeza, desánimo. Muerte es creernos el centro del mundo y el perejil de todas las salsas. Muerte es no abrirse a nuevas relaciones interpersonales. Muerte es hablar más de la cuenta del prójimo: difamando, inventando, sin importarnos las consecuencias de lo que hablamos y la transcendencia de nuestras palabras. Muerte es vivir nuestra fe disgregada de la vida. Muerte es tener capacidades o carismas y no ponerlos al servicio de los demás. Muerte… Sin embargo que bueno sería morir a todos los pecados que provocan toda la relación que acabo de enumerar; y en vencerlos –con la ayuda de Dios- estaría la Vida.
            Quizá si pensamos lo que les decía antes, ¿en qué personaje me veo más identificado? Ninguno de nosotros se vea representado en los muertos. Yo sí, quizá nunca lo había pensado, pero cuando vivo centrado en mí, puedo llegar a vivir muerto, y las circunstancias de la vida indudablemente me duelen, sin embargo cuando mi corazón lo tengo en el Corazón de Cristo, descentrado de mí y centrado en El, todo eso lo vivo desde Dios, y me siento más aliviado, porque Jesús, si se han dado cuenta, hemos escuchado que iba de camino, es decir, hace el camino con nosotros, camino que a veces puede ser más empinado o más llano. Su misericordia, su compasión, con la ayuda de los que nos quieren, nos acercan a Jesús, y Él se muestra tal como es.

            Tengamos una cosa muy presente, que esta vida es una camino, no una meta. La humildad, el que Tú, Señor, crezcas, para que yo disminuya, debería ser nuestra jaculatoria a cada minuto. Desde ahí, las muertes se convertirán en vidas, empezando siempre por la nuestra. Así sea.  

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