19 de junio de 2016

Homilía - Domingo 12 T.O. Ciclo C

¿Cuántas veces hemos pensado, incluso nos hemos dicho, hemos manifestado: Dios me ha abandonado, se ha olvidado de mí, no me hace caso, no escucha mis suplicas, no oigo su voz? Sin embargo, si tomamos el Evangelio de la Misa de este domingo podemos escuchar claramente la voz de Jesús. Él se dirige a nosotros con una pregunta fundamental y fontal: fundamental porque en la respuesta que demos nos jugamos la verdad de nuestra fe y fontal porque de la respuesta, también, que demos se seguirá nuestro seguimiento, expresión más clara de nuestro creer. Es decir, si –como decimos para nosotros Jesús- es el Hijo de Dios, es Todo; nuestras obras habrán de ser “amores y no buenas razones”. Si para nosotros Jesús es Todo, nuestra parroquia tiene que ser una segunda casa donde entre todos construyamos la Casa del Señor que acoge a todos, que organiza actividades para crecer juntos en la fe y como hermanos. Que, como cristianos, dentro de nuestras posibilidades, no escatimamos el tiempo en el que estamos con Él, que acudamos con tiempo a su cita y que participemos activamente en la celebración: orando, cantando, escuchando, con nuestro silencio activo, con nuestra presencia, con nuestro respeto, etc.

Precisamente, hermanos, en muchas ocasiones hemos oído que es la hora del testimonio. Y este será el verificador de nuestra fe. ¿Por qué es la hora del testimonio? Porque los cristianos, de esta hora, vivimos de la presencia espiritual de Jesús, Dios resucitó y su presencia entre nosotros no se ve como otras cosas, pero se manifiesta, hoy especialmente en la Eucaristía: en su Palabra, en la comunidad aquí reunida, en la presencia real de Jesús en las especies del pan y del vino, etc. Y Jesús nos pregunta: “¿quién dice la gente que soy yo?”. Nosotros somos parte de esa gente, por tanto, la cuestión puede cambiar: “¿quién dices que soy yo?”. Es más después, en el Evangelio, el Señor lo personaliza en una pregunta directa para cada uno de nosotros: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Sí, tú, que rezas, que vienes a Misa, que dices que Dios es importante en tú vida: ¿cómo expresas tu relación con Él? El Señor te pregunta, necesita una respuesta de fe operativa.

Ciertamente Jesús se la juega preguntándonos. Incluso, algunas veces las personas que se quieren, y que llevan mucho tiempo juntas, no se atreven a preguntarse por su amor. Nos podemos acostumbrarnos, aunque dicen que somos “animales” de costumbres, y necesitamos hacernos preguntas de este nivel sensible, aunque estas –a veces- nos pongan en jaque; porque en realidad se está probando nuestro: amor, fidelidad, fe, compromiso, etc.

Por tanto, es la hora de los testigos, porque en todo se necesita enseñar con el ejemplo. En la educación de los niños, en la misma sociedad a través de los que la representan, y estos a veces dejan tanto que desear, en la Iglesia, a través de sus ministros, y a veces también dejamos tanto que desear, en la escuela, en la familia, etc. Concretamente, ¿quién es Jesús para mí? Y yo me pregunto: ¿Quién os digo que es Jesús para mí? Pues casi os iba a decir, que si a lo largo de este tiempo, aún no lo habéis descubierto por lo que os he dicho, por cómo me he manifestado, etc. Siempre con el riesgo de los límites de mi persona, de mi debilidad, de mi mayor o menor fuerza, etc. Es que no me he sabido expresar o mucho tendré que reflexionar. Conozco las respuestas que dan los libros, respuestas teóricas, pero -con San Pablo- si no hay amor, nada. Las respuestas que llegan a la gente son las respuestas personales: y ahí es donde me la juego yo también. ¿Qué testimonio doy como sacerdote? ¿Quién es Jesús para mí? Creo que desde que tengo consciencia, el Señor ha sido el valor más preciado de mi vida, Él es el que motiva mi existencia, es el que me emociona a través de muchas situaciones de la vida: estando a solas con Él, escuchando su Palabra, celebrando la Eucaristía, celebrando la reconciliación, la unción de los enfermos, visitando a familias, queriendo a los niños, percibiendo el rostro de Cristo en la pobreza, en la miseria, en la castidad, vinculando mi pobre vida al lado de la Suya y junto a los otros. 

Efectivamente, quizá me pase lo que, a muchos de ustedes, Dios deseo que sea más de lo que realmente es, ¿por qué? Porque si veo mi vida a luz del Señor, hay todavía mucho que pulir, tenemos mucho que pulir. Pero que el ánimo no decaiga, hermanos, porque el ánimo es lo que el Espíritu Santo nos otorga. Con la gracia de Dios, con la ayuda de María y de los santos, con nuestra propia voluntad, podremos dar respuesta más convincente a la pregunta que Dios hoy nos hace. Mientras tanto, bendito sea el Señor. Así sea.

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