15 de junio de 2016

Homilía - Domingo 11º T.O. Ciclo C

Nos vamos acercando al tiempo estival y la Palabra de Dios parece no bajar la guardia, pues sin estar en un tiempo litúrgico propiamente penitencial, como es el adviento o la cuaresma, nos invita a reflexionar sobre nuestra vida, sobre lo que nos une y nos separa de Dios.

Hemos escuchado de boca del profeta Natán la filípica que “suelta” a David, rey de Israel. David, que parecía tan bueno, que era buen rey, mediador entre Dios y los hombres, Israel nunca gozó de tanta prosperidad mientras que David estaba al mando, parecía como si Dios reinara, pues David –al estar tan unido a Dios, al hacer su voluntad- parecía que no reinaba sino que era el mismo Yahvéh Sebaot, el Señor rey de los ejércitos.

Pero resulta que David no es tan bueno como parece, y precisamente su pecado es lo que nos ha faltado de leer hoy (aunque se puede contar brevemente tanto el pecado de David, como la reacción primera del profeta), ahora solo hemos escuchado a Natán que le hace ver su pecado: David ha conquistado la mujer de su mejor general, Urías, este sí que era responsable y valeroso. David que lo tiene todo, que tiene todo un rebaño, le apetece la única oveja de un pobre pastor. 

Queridos hermanos, esto, ¿qué ilumina de nuestra vida? ¿cuáles son nuestros deseos más vanos y superficiales, hacia los cuales nos dejamos vencer muchas veces por la tentación del aparentar, del tener, del sobre salir, del enriquecimiento, etc?

El salmo nos invita precisamente, al repetir: “Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”, al reconocimiento de nuestras faltas. No podemos ocultarlas, las conocemos, no vale decir “si yo no me muevo de casa”, etc. ¿Es qué hace falta moverse de casa para pecar? Recordemos, hermanos, que “pecado” es dar la espalda a Dios, en una palabra ofenderle, y le ofendemos cuando les ofendemos, ¿a quiénes?, a los demás.

Por eso, Jesús nos propone la postura de la mujer pecadora. Una mujer que sabe que el Señor está comiendo en casa de un fariseo, de un cumplidor de la ley, pero más que eso, porque ¿acaso cumplir la ley es malo? Precisamente estamos hartos de escuchar que muchas veces en nuestro territorio nacional no se respetan las leyes y un muchacho de 23 años puede ir a la cárcel durante seis años por un delito de inocencia juvenil por la estafa de casi 80€. No justifico la delincuencia, ladrones, ni uno bueno hay; solo si rectifican, piden perdón y devuelven lo robado. Además parece ser que este chico no solo va a la cárcel por casi 80€. Pero, ¿por qué tantas diferencias? Unos que tanto hicieron siguen en la palestra y otros, que… Pero bueno, este no es el punto, sino simplemente un ejemplo. El fariseo cumple la ley, anteponiendo esta, la ley, al derecho de salvación del ser humano. Es decir, como si nos ocurriera lo siguiente: vamos por la calle nos encontramos con una situación en la que se precisa de primera mano nuestra ayuda y no nos paramos porque tocan las campanas que tenemos que ir a Misa. Mal, mal, fatal. Primero porque hay una necesidad imperiosa que necesita de ti, esa situación necesita de Dios a través de ti, y segundo mal, por no haber llegado a Misa cuando están tocando las campanas.

Esta vez, conecta muy bien San Pablo con el Evangelio. La ley no nos justifica, tampoco la sola fe en Dios, sino que por tener fe en Dios somos capaces, o mejor dicho, el Señor se sirve de nosotros para realizar a través nuestro maravillas, y poderlas entonar, junto con María, como personal Magnificat. Esa mujer, Jesús la prefiere a todo el cumplimiento que podamos nosotros realizar y no lo digo yo, escúchenlo en el Evangelio sino. Dice la canción: “no te quieres enterar”, creo que a veces nos pasa esto, seguimos una serie de ritos que no conectan con el ser humano de hoy. Y es que Jesús se quiere hacer cercano al hombre de hoy, tal como Él es: humilde, pobre, en comunión con el Padre y el Espíritu Santo, alegre, comprometido, etc. Nosotros continuamos con los latines y los manípulos. Y Jesús prefiere a esta mujer, y no lo digo yo, sino que se hace ver al fariseo cuando este le dice: ¿pero sabes quién es esta? ¿sabes a qué se dedica? ¿sabes de qué familia es? ¡ay, te ha tocado! ¡es una mujer! ¡no está permitido! Pero por el amor de Dios, secundemos las palabras del Señor en el Evangelio, son claras, son actuales, son necesarias no solo para los cristianos, sino que son buen código de conducta ética en esta sociedad en la que parece prevalecen los perfectos, pues a los que puedan tener alguna discapacidad antes del parto son “carne de cañón”.



¿Cuál es la actitud que nos propone el Señor para este domingo del Año de la Misericordia? Dejarse iluminar por esta palabra, contrastar nuestra vida con ella, reconocer nuestros pecados, pedir perdón y vivir de la misericordia de Dios que nos hace santos y sabios. Desde el reconocimiento de nuestro pecado seremos capaces no de reconocer el pecado de los otros, sino de administrar la misericordia como Dios lo hace con nosotros. Así sea.

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