10 de julio de 2016

Homilía - Domingo 15º T.O. Ciclo C - Novena de la Virgen del Carmen - Obras de Misericordia Corporales

El Evangelio Jesús trata el tema del amor a Dios y el amor al prójimo. Si nosotros queremos saber cómo ha de amarse a Dios, Jesús nos lo ha dicho hoy en el Evangelio: hay que amar -incluso- a los que aparentemente, o por tradición, sean nuestros enemigos, como es el caso de los judíos y los samaritanos.
            El amor es la clave del seguimiento cristiano. Si amamos a Dios sobre todas las cosas, ese es el mandamiento, que procede desde antiguo, lo hemos de demostrar, en el amor a los demás, puesto que ahí está el rostro de Cristo, que como nos ha dicho San Pablo, es imagen de Dios que es invisible.
            Ayer estuve con un grupo de personas de mis parroquias de peregrinación. Nos encontramos en el Año Jubilar de la Misericordia, proclamado por el Papa Francisco desde el pasado día de la Inmaculada Concepción. Año, pues dura un año en el tiempo. Jubilar, porque es para llenarse de alegría por el acontecimiento salvífico que Dios hace en nuestras vidas y que nosotros lo podemos notar en mayor o menor medida. Y es de la Misericordia, porque esta es la actitud en la que nos queremos ejercitar. Actitud de la que nos habla hoy el Evangelio, también. Tener misericordia, no es necesariamente compadecerse, llorar, entristecerse por la situación que contemplamos, sino, además, intentar cambiar las cosas, porque la misericordia ha de llevarnos a nuestra propia conversión, y a la conversión del mundo.
            La jornada de ayer fue muy rica. Nos lo pasamos muy bien, disfrutamos mucho de la compañía de dos comunidades que hacen cosas juntos. Peregrinamos hacia Toro donde por medio de la oración y la catequesis, pudimos contemplar como el agua es elemento purificador en la vida de los cristianos. El agua, muy necesaria para poder vivir, pero espiritualmente nos da la vida, cuando la recibimos por el bautismo o cuando renovamos nuestro bautismo, cuando lo necesitamos, a través del sacramento de la misericordia.

            Fue un día de convivencia, de encontrarse con el prójimo. No pasamos calor, porque cuando más calor hacía estábamos en una bodega o en la iglesia.
            Fue un día que concluyó con la celebración eucarística del domingo en Villagarcía de Campos. La gente valoró mucho la excursión y enseguida preguntó cuándo tendríamos la próxima, pero Villagarcía y la Eucaristía fue muy valorada por la gente. Me alegro mucho. Todos participamos, como siempre, con cantos, alabanzas, con peticiones espontáneas, pero lo que más me llamó la atención es que cuando uno cree que ya lo ha dicho todo, que incluso puedo pensar que me repito, me sorprendió que había de algo que nunca había hablado como sacerdote: mi experiencia con el prójimo del que habla Jesús.
            Para mí Villagarcía de Campos tiene muchas connotaciones en mi recorrido, especialmente en mis años como jesuita. Pues allí desde adolescente he ido a retiros, ejercicios, incluso en este año, en la Colegiata de San Luis, el mismo lugar donde celebramos la Eucaristía, hará el próximo 28 de septiembre que me consagré al Señor con los votos de pobreza, castidad y obediencia.
            Hablé a mi gente que toda mi formación los jesuitas me habían enviado a lugares de “proximidad”, aparentemente dura. Quizá porque en aquel tiempo, podría ser más timidillo, buenín, etc. Fui enviado a periferias que me han marcado a lo largo de mi recorrido vocacional. Los libros forman el razonamiento y ayuda en el entendimiento, pero el trato con las personas configura el corazón conforme al corazón de Cristo.
            Mi paso por la cárcel de Burgos con 20 años, donde conocí muchas realidades: toxicómanos, terroristas, violadores, etc. Al año siguiente, Proyecto Hombre de Bilbao, contemplando como la lacra de la droga, destruye personas y familias. Campo de trabajo en el Albergue de transeúntes de Gijón con universitarios, donde hacíamos guardia todas las noches y la gente llegaba como llegaba. A principios de los 90 cuando aún el SIDA no se conocía, Cáritas ya empezaba a tratar este tipo de personas, que teníamos que convivir con ellas en casas clandestinas, ni nuestras familias sabían dónde estaban ubicadas, ni mucho menos podíamos dar el teléfono. Los enfermos con el virus del sida en aquel momento eran terminales, convivíamos en las mismas casas y el desconocimiento de la enfermedad nos llevaba a tomar muchas precauciones. En la mano el flish con la lejía. También fue experimentado en el trato con ancianos y en tener que cuidarlos, asearlos, etc. Todo ello prójimo.
            Reconozco que, aunque han sido situaciones duras, ahí me he sentido como pez en el agua. Ahí se palpa la presencia de Dios, como podemos hoy observar en este hombre al borde del camino, un marginado, como los que he enumerado anteriormente.
            ¿Saben? Estas personas muchas veces solo dependen de los demás, necesitan el apoyo de los otros que muchas veces ya no encuentran en sí mismas, por eso la convivencia, la alegría, la presencia, la conversación, etc. todo eso es evangelización para ellos. Por eso tuve la gran satisfacción de bautizar un enfermo de sida adulto, que quise como a un hijo. Ya murió. Su nombre era Íker. Yo, y una voluntaria, natural de Fuensaldaña y que conocí en Madrid, soltera, les acompañábamos al cine, a pasear, incluso muchas veces -desde nuestra falta de maternidad o paternidad- o poco desarrollada, les comprábamos ropa, la necesaria para vivir.
            Muchas veces nos tocaba vivir con ellos y no siempre la vida era un coser y cantar, había situaciones adversas, muchas veces marcadas por el proceso de la enfermedad, especialmente cuando los retrovirales no eliminaban el bicho, como ellos decían, o peor todavía, cuando lo retrocedían.

            A las personas se les puede llegar a querer, da lo mismo cómo sean, cómo piensen, cuál sea su condición. Todos podemos tener experiencia de esto. Pero especialmente se puede llegar a querer a aquellos que más necesitan el afecto y son receptivos a ser queridos. Este tipo de gente, de la que hoy nos habla el Evangelio, lo son. Eliminemos prejuicios de nuestra vida y abrámonos, porque, aunque parece que uno da, recibe más de lo que parece, sin esperar nada a cambio. En este sentido hay que dejarse infectar por el virus del amor de Dios que se contagia fácilmente. Solo hace falta aproximarse, sin escrúpulos, estar cerca del prójimo. 

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