2 de septiembre de 2015

CUARTO DÍA: AMOR – CARIDAD - CRISTO

           En este cuarto día de la novena en honor de Nuestra Señora la Virgen de Viloria, avanzamos en las catequesis y hoy vamos a hablar de la tercera virtud teologal: la caridad, también podemos decir el amor, es decir, hablemos de Cristo de donde procede todo amor. En su corazón queda representado el centro de todo su afecto por nosotros. Es un amor que no desea ser reducido a nuestras personas solamente, sino que nosotros recibimos el encargo de expandirlo. Sería muy egoísta por nuestra parte si nosotros pensáramos que todo el amor de Dios se agota en cada uno de nosotros. Dios que es amor, desea que todos los hombres se amen y lleguen al conocimiento de la Verdad, que es esto mismo: Dios es amor, esta es la gran Verdad que está sembrada en el corazón de cada persona, como hijo de Dios que es. Nosotros tenemos el deber moral, que no la obligación, de hacer crecer, fructificar, este gran amor.

El corazón de Cristo, fuente de todo amor, es la Eucaristía que estamos celebrando, donde nosotros recibimos todo el amor y de nosotros se espera que devolvamos amor y muchas veces amor por desamor. Recordemos sino la parábola de los talentos, enterrar el talento nos hará más vanidosos, pero el talento o el carisma lo recibimos, pues nos ha sido dado, para que lo pongamos al servicio de los demás, de la Iglesia, del mundo. 

Precisamente, San Pablo en su conocido himno a la caridad nos dice que ya podría tener “fe como para mover montañas, posibilidad para hablar muchas lenguas, profetizar, incluso saber lo que Dios quiere,…”, pero si falta el amor,… Si nos falta el amor estamos vacíos. San Pablo pone el ejemplo de la campana y nosotros en nuestro lenguaje común sabemos muy bien qué quiere decir eso, porque he oído alguna vez decir, con desprecio, ese es un “tolón”, aludiendo a una persona a una persona simple. La campana generalmente es una pieza de metal muy grande y hueca, vacía, que emite ruido sino se sabe tocar, pero que puede estar –incluso, en su vaciedad- llamada a dar las mejores notas musicales que podamos apreciar. 

Cuantas veces nosotros nos sabemos muy bien la teoría de las cosas pero a la hora de ponerla en práctica… dejamos mucho que desear. La coherencia es la mejor lección que podemos dar a un niño, a la pareja, en la Iglesia, a nosotros mismos. El amor nos está hablando de la expresión de nuestra fe y nuestra esperanza. “Obras son amores y no buenas razones”. “Haz el bien y no mires a quién”. “Que lo que hace tu mano derecha no lo sepa tu izquierda”. Hay cantidad de frases en torno a este tema del amor. Por su puesto, hablamos de un amor fecundo, no un amor romántico de telenovela, superficial, sino un amor sobrecargado de amor de Dios. Un amor de palabra que lleva a las obras. Un amor que arriesga, que arriesga incluso dando la propia vida. Un amor que sabe comportarse detrás y delante. Un amor que no juzga, ni difama, no es camelador, perdona, disculpa,… y todo sin límites, es decir, muchas veces poniendo “la otra mejilla”, sabe de humildad, sabe ponerse en el lugar del otro, sabe alegrarse con las alegrías de los demás, no es un amor que tergiversa, para nada es tasador de lo que entrega, no tiene en cuenta la cantidad de veces que ama, etc. Este amor del que les hablo es Cristo mismo y es el amor que Él nos enseña para que esto que Él hace por nosotros, nosotros lo hagamos los unos por los otros. Este amor se recibe muy especialmente en la Eucaristía que es el sacramento donde celebramos que Dios se nos entrega por amor y nada más que por amor. 

Sin embargo es un amor que conlleva servicio, se concreta y se expresa en servicio. Es el amor y el servicio dos movimientos de un mismo resorte que proceden de la Eucaristía. Quien reciba mucho amor, habrá de corresponder en mucho servicio, en mucha entrega, en mucho testimonio. La caridad de Cristo nos urge, decía San Pablo, nos urge a volcarnos en el mundo, compartiendo todo el amor del que somos capaces, porque solo dándose, entregándose, con infinita confianza es la mejor manera de ponerse en las manos del Padre.

El amor de Dios vence al desamor, al pecado. Llena de misericordia y nos hace estar alegres por estar aferrados a Cristo que es de donde procede todo bien. Si nosotros somos dóciles a la voz de Dios sentiremos como el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones nos hace capaces de grandes cosas y podremos entonar, como María, nuestro propio Magnificat, nuestras razones para alabar a Dios, y lo podemos hacer cantando, porque el canto nos manifiesta alegres, alegres y contentos por haber encontrado el gran tesoro. Así sea.

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