29 de septiembre de 2015

“MIRAR EL PASADO CON GRATITUD” -


           

Al inicio de mis palabras quisiera citar otras, las del papa Francisco en la carta que escribió a todos los consagrados y consagrados con motivo de la Vida Religiosa. Recuerden el primer objetivo: “Mirar el pasado con gratitud”. Decía él:
“Poner atención en la propia historia es indispensable para mantener viva la identidad y fortalecer la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o cultivar inútiles nostalgias, sino de recorrer el camino de las generaciones pasadas para redescubrir en él la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que las han impulsado, partiendo de los fundadores y fundadoras y de las primeras comunidades. También es una manera de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo fueron superadas. Se podrán descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma. Todo es instructivo y se convierte a la vez en una llamada a la conversión. Recorrer la propia historia es alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones”.
            Es una obligación moral dar gracias a Dios por la herencia recibida, no solo a lo largo de estos últimos 60 años, el tiempo que esta comunidad comenzó. Hay que remontarse al siglo XII cuando un joven y una joven, Francisco y Clara, de Asís, inspirados por Dios, dieron a luz la orden franciscana, que todavía hoy sigue dando hijos e hijas para la Iglesia. Muestra de todo ello, también ustedes, monjas clarisas, que han hecho su propio éxodo a lo largo de estos años. Zamora, Gijón y Cigales.
            El pasado habrá estado lleno de vivencias y experiencias, de luces y de sombras. Pero hoy recordamos especialmente la historia con agradecimiento, mirando a cada una de las hermanas y dando gracias a Dios personalmente por cada una de ustedes, por lo que cada una aporta a la comunidad, la enriquece y la hace crecer en fraternidad y amor.

            Han sido muchas horas de silencio, mirando y adorando al mismo Dios, pero unas junto a otras, compartiendo un mismo ideal y una misma llamada. Enriquecidas por la experiencia del Dios único y verdadero, haciendo presente el sufrimiento del mundo y poniéndolo al lado del sufrimiento de Cristo, que sigue crucificado en la cruz de la miseria, de la pobreza, del egoísmo, de la cerrazón, del engaño y el autoengaño, del odio y el rencor. Cuántas veces ustedes, como San Francisco, habrán deseado desclavar al Cristo de la Cruz, haber recogido su cuerpo para aliviarlo de esa situación de dolor y vejación.
            Querer bajar a Dios de la cruz sería una actitud que nos honraría si verdaderamente lo bajáramos de las situaciones de cruz que he mencionado hace un momento y que siguen crucificando a Jesús hoy.
El amor a Cristo pobre les invita a seguir a Cristo pobre humilde, nos invita a todos a abrazar la pobreza como madre. Ojalá nosotros cada día fuéramos más menesterosos del Señor, y nuestra necesidad de Él fuera cada día mayor. Servirle a Él nos orientaría, nos centraría: nos alejaría de lo efímero y superficial, y nos llevaría a clavar nuestros ojos y nuestros deseos en el corazón de Cristo y por el deseo de servirle. En el corazón de Jesús está el objeto de su Pasión: amar al Padre, amarnos. Dios Padre envío al Hijo para nuestra redención, la suya y la mía. Jesucristo no solo redimió hace veinte siglos, lo sigue haciendo hoy también.
La historia de esta comunidad es también historia de salvación, en ella se encuentra la historia de una comunidad formada por un grupo numeroso de hermanas, que a lo largo del tiempo ha ido creciendo y menguando, pero lo que está claro que cada una con una historia de salvación que coincide con la historia de la propia vocación. La mayoría de todas ustedes, seguro que de familias sencillas de Castilla y León, Galicia y el País Vasco, que comparten vida, vida comunitaria. A lo largo de todos estos años habrán compartido mucha vida. Cuántos recuerdos, cuántas personas, cuántas anécdotas en los recreos.
Ustedes, acogen a todos los que llegamos a este monasterio con cordialidad y por ello son muchos los que a lo largo de todo este tiempo han encontrado un lugar de remanso y paz. Obispos, sacerdotes, religiosos, muchos laicos, etc. encuentran en este lugar y en su presencia un testimonio vivo y actual del carisma franciscano. Comparten su identidad con otras maneras de estar que existen en la Iglesia, especialmente pastoreadas por sacerdotes diocesanos, de la Compañía de Jesús, del Opus Dei, de la orden franciscana, etc.; así se enriquecen con la variada Iglesia.
La parroquia de Cigales, mismamente, se enriquece especialmente con su oración devota por nosotros y por las intenciones de sus fieles. En muchas ocasiones hemos venido, no se engañen, y entiéndanme bien, jamás a hacerles compañía o visitarles, como si nos dieran pena porque viven apartadas del mundo, sino a algo más grande, enriquecernos de su vida y su palabra, compartir la fe. Ustedes conocen a muchas familias de Cigales que comparten con ustedes la celebración dominical, pero también a tantos otros que se encuentran cuando van al centro de salud, etc. Rezan por ellos y sus familias. Muchas intenciones se las ofrecemos, para que ustedes se las presenten al Padre porque les consideramos “mediadoras ante la Gracia”. Sí, muchas veces lo hemos hablado, siento como párroco la distancia física que nos separa, pero me llena su cercana hospitalidad, que siento más como hijo que como padre. Por ello: ¡gracias!
Hoy damos gracias a Dios, especialmente, por esta comunidad, también recordamos a las hermanas que nos han ido dejando. Todos, unos y otros, nos hemos enriquecido. Vivan con gratitud este tiempo.

Que María, y los santos, Francisco y Clara, les sigan guiando para dar gloria a Dios en el servicio a los hermanos. Así sea.

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