5 de septiembre de 2015

SÉPTIMO DÍA: LA MISERICORDIA

           
“La misericordia del Señor llena la tierra” (Sal 33). Con estas palabras deseo comenzar la catequesis correspondiente al séptimo día de la novena en honor de la Virgen de Viloria. Novena que está transcurriendo, como preparación para la solemne celebración de la Natividad de Nuestra Señora, el próximo 8 de septiembre. Todos nosotros estaremos invitados a celebrar con gran fe y espíritu abierto al Señor, esta solemnidad cargada de afecto para todos nosotros que peregrinamos como cristianos por esta villa de Cigales. Además no lo hacemos solos, sino que contamos con el respaldo de muchos de nuestros antepasados que venían a esta ermita a honrar a Santa María, a pedirle muchas gracias y a presentarles sus familias, no simplemente con la palabra, sino también con el testimonio de una sencilla vida consciente del Señor y su Iglesia.

Pues bien, después de haber caído en la cuenta de la maldad del pecado, tanto a nivel global como personal, hoy les invito a que consideremos el tema de la misericordia, que como reza el salmo: “lo llena todo”. 

El papa Francisco en la carta que escribió para introducir el próximo jubileo sobre la misericordia, nos dijo en la primera frase de este documento que se llama El rostro de la misericordia: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”.

“La misericordia llena toda la tierra” y ese es el mayor deseo que nosotros podemos sentir y vivir. Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, con su Resurrección, con su Vida, nos ha llenado de misericordia.

El hombre de hoy está muy necesitado de misericordia, sin embargo –nunca más que ahora- el sacramento del perdón ha estado en mayor crisis. Parte del pueblo dice: “que no peca, que no hace nada malo, o –peor aún- que se confiesa directamente con Dios”. En definitiva se cree más que el poder de perdonar está más en el sacerdote, cuando este simplemente hace de intermediario, es Dios quien solo tiene poder para perdonar los pecados.

Ciertamente Dios nos está queriendo dar todo de su parte y nosotros muchas veces nos negamos a acogerlo, por nuestra falta de fe. Nos da su amor y su perdón, y nosotros seguimos pasando, mirando hacia otro lado, pero lo peor es que en el mundo nos encontramos con personas que aparentemente pueden encontrarse muy satisfechos por su manera de vivir, pero se trata de una satisfacción superficial, pasajera; porque en la medida que tienen, y no les quitan, disfrutan; pero les falta la experiencia fontal que está enraizada en la propia persona y que consiste en tener un proyecto de vida por el que luchar y no seguir tanto lo que nos va indicando, en cada momento, la sociedad de consumo. Es muy triste encontrarse con personas que se dejan llevar, desgraciadamente, son muchas personas; y así difícilmente vamos a cambiar y a cambiar el mundo. Es muy agradable encontrarse con personas que en el proyecto de su vida, cuenta Jesús el Señor, su amor a Él y al prójimo.

Misericordia es una palabra preciosa, pero más bello aún es la actitud de Dios que nos la entrega. Por eso podemos orar con el salmo: “La misericordia del Señor, cada día cantaré” (Sal 88). En el Magnificat, María –también- recoge como “la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación”. Nosotros podemos ser cauces de la misericordia de Dios en la medida en la que en nuestras relaciones haya más lazos y menos pinchos. 

Todas las personas tenemos necesidad de misericordia: sentir el perdón que nos da paz, que nos alivia de la culpa y que nos deja en paz. Recibiendo la misericordia del Señor nos hacemos portadores de misericordia para los demás, pero también para nosotros mismos, pues también tenemos necesidad de otorgarnos misericordia. Hay situaciones en nuestra vida que pesan sobre nosotros como auténticas losas y, muchas veces, no nos las quitamos de encima porque no queremos; no nos perdonamos, o nuestro orgullo es tan grande, que nos parece que no nos lo merecemos, o también, porque en la medida en la que no perdonemos, no gustaremos en nuestra propia carne la experiencia del perdón. A veces decimos, bajo el prisma del rencor, que “perdonamos pero no olvidamos”, o para mí esa persona “como si hubiera muerto”. Esto es muy duro, y por eso a veces trasladamos nuestros propios juicos a Dios, creemos que Dios actúa como nosotros “palo y tente tieso”, “ese se merece…”. 

Dice el papa Francisco, que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la Iglesia” (MV 10). La misericordia habrá de ser la columna vertebral de nuestra vida. Misericordia va de la mano de la justicia, pero es Dios el que se encarga, no nos pongamos –incluso en esto- en el lugar de Dios.

La misericordia es algo que se recibe cuando se desea profundamente. El papa Francisco, un domingo, en la plaza de San Pedro, a todos los asistentes, le entregó una medicina que se llamaba “misericordina”, la medicina que procede de Jesús médico. Vivir la misericordia, y en esta clave como opción cristiana, nos hará vivir con misericordia y trataremos a los demás con mayor caridad, que como vivimos en días anteriores, es una virtud que nos centra la mirada en Dios. Así sea.

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