8 de septiembre de 2015

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA

         
Juntarse alrededor de la Madre siempre es un motivo de gran alegría y más cuando esta celebra su cumpleaños. Hoy todos nosotros estamos celebrando el cumpleaños de María. No podemos faltar, una madre siempre espera la presencia de los hijos, especialmente a la mesa. Es su mayor alegría vernos reunidos, percibir nuestra unión, nuestra común unión con su Hijo.

Celebremos el cumpleaños de María, como a ella le gusta; no porque lo diga yo, porque profundizando, como lo hemos hecho a lo largo de los nueve días de la novena, conociéndole, sabemos que a María lo que más le gusta es la amistad sincera y profunda. En los cumpleaños, está muy bien, queda muy bonito, especialmente de cara a los niños, llenamos todo de globos y chuches, pero el regalo más bonito que a María le puede gustar es el amor, es la unión entre nosotros. Una madre quiere a todos los hijos por igual, hay veces que unos hijos sienten que son menos queridos que otros, y viceversa, pero las madres no hacen acepción. Cuantos valores, regalos, tiene María. No necesita vestidos, ni coronas, ni fuegos artificiales, ni inciensos. María desea nuestra entrega, especialmente la diaria, en el hogar, en la familia, en el pueblo, en el trabajo. Una entrega, que es lo mismo que decir, un compromiso de la fe. Podemos tener todo el quit de María, el abanico, la medalla, el llavero,… y seguir como estábamos. 

María, Virgen de Viloria, ayúdanos a encontrar el camino que deseas para cada uno de nosotros, ayúdanos a descubrir nuestra felicidad, a tu lado, al lado de tu hijo, del Padre, del Espíritu que fecunda, en la Iglesia y en el mundo. Danos luz para descubrir la alegría que te produce vernos, pero vernos tal y como el Señor nos dijo, “tú cuando quieras hablar con Dios, vete a tu cuarto, y allá en lo escondido, dile: Padre nuestro…”. Que seamos como tú, cristianos que nuestra presencia pasa desapercibida, pero no el servicio que hacemos por amor a ti, al Señor y al prójimo.

Queridos hermanos y hermanas, en este día María nos pone, especialmente, bajo su protección, no desoye nuestras súplicas, pero si las suplicas son un coche, tener mejor posición, estar por encima de los demás, eso ya les digo yo, que ni lo oye ella ni –mucho menos- lo oye Dios. Ella gusta oír, incluso el susurro más pequeño, de humildad, de presencia, una mirada sincera, un deseo hondo de cambiar y ser mejor; escucha con los oídos bien abiertos a aquellos de nosotros que le presentamos oración. 

He empezado diciendo que celebramos el cumpleaños de María, pero también he dicho que no es la superficialidad de las cosas lo que más le llega, las flores, los candelabros, sino nuestras vidas, que no guardan rencor, que viven unidas, que valoran las cosas, que con caridad hacen ver lo que está mal. El regalo más grande que Nuestra Señora recibe es nuestra entrega hoy y siempre. Esto es lo mejor del cumpleaños de María, que no es cosa de un día, ella también lo celebra cada domingo, junto a su Hijo, cuando todos nosotros –como hermanos- nos unimos para celebrar la Santa Misa, porque los cristianos somos el pueblo de la Eucaristía. La Eucaristía no la hace el cura, ni tan siquiera la celebra el solo, todos juntos la celebramos, presidiéndola el sacerdote, unidos, participando, cantando, rezando, alabando al Señor que nos lo da todo, a cambio de nada material, sino espiritual.

Hoy día la Natividad de Nuestra Señora la Virgen quisiera también pedirle para todos nosotros que nos conceda lo que siempre anhelamos: la alegría, la alegría de la fe. La alegría, que no tiene nada que ver con la risa jocosa. La alegría de la fe que nos mueva a evangelizar, a dar testimonio en medio del mundo de Jesucristo y de su Madre. Por ello, como dice el Papa Francisco, también, prefiero una “Iglesia accidentada, que no enferma”. Que nuestra comunidad tenga la puerta siempre abierta, porque hemos aprendido de nuestro Dios y de María, que hemos de ser acogedores, de todos, hoy especialmente lo deseamos ser de los desterrados y refugiados, pero tal y como decíamos ayer, también muchas veces vivimos como forasteros en nuestra propia tierra. 

La alegría que brota desde lo hondo de nuestro corazón y nos hace ser abiertos, hermanos para todos. La alegría que tienen los hijos por ver a su Madre contenta. La fe produce alegría, fuera de toda melancolía y estar siempre pensando en el pasado como mejor. La fe nos reconcilia con el prójimo y nos invita a relativizar tantas cosas sin importancia que nos quitan la paz.



Que María, la Virgen, nos seduzca de tal modo con su vida, callada, a la sombra, también de hija, para que descubramos el camino de la fe, como el camino de la salvación.

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