7 de septiembre de 2015

NOVENO DÍA: VÍSPERA DE LA NATIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA

            Hoy terminamos la serie de catequesis que hemos tenido a lo largo de estos días de la novena en honor de nuestra señora de Viloria, y he dejado para este día la oración de la Salve, que con tanta devoción se canta y se reza en esta ermita.

La oración de la Salve será una de las oraciones a la Virgen que más podamos conocer junto con el Ave María. Una oración antigua, pero siempre nueva. Su original es el latín, a veces también la cantamos en esta lengua. Pero hoy más que hablar de su origen, lo que me gustaría hacer es desgranar el texto, la oración. A veces rezamos muy deprisa, sin darnos cuenta de lo que realmente decimos; por eso, cada palabra, cada expresión tiene mucho contenido y cuando la expresamos, cuando la cantamos, podemos hacer una verdadera oración, en la que saboreemos todo el amor que nos tiene el Señor, a través de su madre.

Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia. María comparte con Dios el reino. No estamos hablando al estilo de las consortes. María, en la escena de Pentecostés está ocupando el lugar de Jesucristo y como los apóstoles, también ella está cuando reciben el Espíritu Santo. Claro, Jesús en la cruz, mirándole a Juan, nos dijo que en María está la Madre de la Iglesia, y mirando a María, le dijo a Juan que en ella los cristianos tenemos una Madre de Misericordia.

Vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te salve. La mayoría de las imágenes que tenemos de María, nos muestran precisamente esa dulzura tan característica de las madres para con sus hijos. María es dulce para con todos, no para unos más que para con otros, porque ella nos tiene como hijos, aunque los hombres no la tengamos como Madre. Es vida, porque está llena del Señor, ¿puede haber más vida, que aun muriendo está viviendo? Pedir la intercesión de María para dirigirnos al Padre es llenarnos de esperanza, porque ella es puente y camino, seguro hacia el Padre. Ella es esperanza, porque en su seno está Dios, ella –como vemos en esta imagen- nos lo presente, nos lo entrega, ya desde pequeño, para que lo acojamos en nuestros hogares, en nuestras vidas, en nuestras comunidades. Que nuestras iglesias estén siempre abiertas, por el deseo de sus miembros, para acoger al Señor como lo acoge ella.

A ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A María le rogamos no nos pase como a Eva, que no caigamos en la tentación. María, es la nueva Eva, que nos devuelve la vida, por la reconciliación, que nos incorpora de nuevo en el camino emprendido en el minuto uno de nuestra redención; en el Bautismo. 

A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. La vida no es fácil para nadie de los que estamos aquí. Cada día tiene su afán y hay que enfrentarse a la vida, no como el toro que entra al capote, sino meditando, cayendo en la cuenta de las repercusiones de lo que hacemos, con tranquilidad, con seguridad, contrastando con las personas que nos quieren y nos pueden ayudar. En la vida tenemos tela por lo que llorar, el mundo está lleno de sufrimiento, también Dios llora, comparte nuestro dolor.

Ea pues, Señora abogada nuestra. Precisamente, también, en la oración explícita que dirigimos a la Virgen de Viloria en su novena, le decimos que es abogada; es lo mismo que decir que es nuestra defensora. ¿De cuántos atolladeros nos habrá sacado nuestra Madre? No lo sé a ustedes, a mí sí. 

Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. El papa Francisco nos dice que “María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno”. “Que María nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús”. Que nos contagie su mirada la misma misericordia que ella tiene para con nosotros, para que nosotros también miremos desde esa misma misericordia.

Y después de este destierro, muéstranos a Jesús fruto bendito de tu vientre. A nosotros solo nos puede venir el destierro por un camino, el del alejarnos de la presencia de Dios. Estar en comunión con Cristo es vivir en su pueblo, dentro de su cuerpo. El pecado nos puede hacer forasteros incluso en nuestra propia tierra. Cuando vivimos desde esta clave, María nos muestra su hijo, nos le deja coger.

Oh clementísima, oh piadosa, o dulce Virgen María. Sí, esta es la marca María, ella es así. Se manifiesta, tal y como Dios le enseña. A nosotros, también, se nos nota: hay veces que como dice el papa –tenemos cara de funeral o de pepinillos en vinagre-; ¿cuál es la verdadera causa de nuestra alegría? ¿qué es lo que endulza nuestra vida?



Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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