12 de septiembre de 2015

Homilía del P. Juan Carlos - Domingo 24º T.O. Ciclo B - Sobre la fe y las obras

La carta de Santiago nos ha dicho: “La fe sin obras es una fe muerta por dentro”. Santiago habla muy claro a una comunidad cristiana de hace casi veinte siglos, y estas palabras tanto tiempo después tienen valor para nosotros.
Nuestra vida cristiana ha de integrar la fe y la vida. Un binomio que no nos resulta fácil conjugar pero difícil de practicar. El deseo más hondo del Señor es: “que os améis unos a otros como yo os he amado”, o lo que es lo mismo, que decir que el amor a Dios se demuestra en el amor al prójimo, pues, ¿cómo amar a Dios al que no veo sino amo a los de Dios a los que sí veo?
En nuestra vida como cristianos tenemos experiencias puntuales, explícitas de estar con Dios, como puede ser: la adoración, la oración, la contemplación, la meditación, la lectura espiritual, las celebraciones litúrgicas, especialmente la Eucaristía, etc. y hay otras en las que no, como por ejemplo: el trabajo, la relación vecinal, el ir a la compra, las tareas del hogar, los programas de la TV, etc. Sin embargo, una buena relación con Dios ayuda a encajar esos otros factores con los que nos encontramos en la vida.

Entramos en la iglesia para adorar, para recargarse del Señor, esto implica desgastarse en el servicio de los demás, en todos los ámbitos de nuestra persona. Si nuestra adoración es sincera, los rayos del amor de Dios por nosotros nos impulsarán al servicio, por eso en la Iglesia puede haber una tentación que conviene combatir: y es la separación, la disgregación, de la fe y la vida. Esto lo hace mucha gente, desgraciadamente nos encontramos en nuestras comunidades parroquiales con muchísimas personas no solo buenas, sino buenísimas, que disocian. Y no lo hacen a sabiendas, sino que no lo saben hacer mejor, o piensan que lo uno es mejor que lo otro. Personas “fideistas”, que incluso nosotros denominamos como “beatas”, que rezan y rezan y vuelven a rezar, pero sus rezos no les llevan al servicio.
También es fácil caer en el activismo dentro de la Iglesia. El papa Francisco, que conoce muy bien ambas posturas, dice con la claridad en el lenguaje que le caracteriza, que “la Iglesia no es una ONG piadosa”. Muchas personas, con muy buena voluntad, se sienten animados a pertenecer a la Iglesia desde el hacer: un voluntariado, ayuda en un campamento, un ropero de Cáritas, limpieza de la iglesia, en el coro, atención primaria, etc. pero quizá no sepan ni dónde está el Sagrario ni “comulguen” con la fe de la Iglesia Católica.
Ciertamente, también, nos encontramos con personas muy cumplidoras del “precepto”, que intentan salvar los mandamientos a toda costa, pero son rácanos, poco generosos en sus momentos de intimidad con Dios. No les hables de llegar pronto a Misa para caer en la cuenta de dónde estamos y el porqué, a veces no desconectan de aparatitos móviles que manipulan detrás de grandes columnas góticas, y que una vez acabada la Santa Misa son los primeros en marcharse. Les molestan los avisos parroquiales, los ministros extraordinarios de la comunión, prefieren las Misas más cortas, y poco los bautismos dentro de la Misa, no se suelen comprometer en actividades parroquiales, tienen sus propios grupos, no conocen a otros miembros de su misma comunidad cristiana, etc. todo bajo un puritanismo poco discernido. 
Para muchos pareciera que hablar de soledad, de interioridad, de encuentro con uno mismo, resultase anacrónico. Pero vemos cómo en esta sociedad el ser humano busca por muchos medios la tranquilidad, la paz, el sosiego, la soledad, busca los fines de semana, el aislamiento de la multitud, pone el teléfono reducido al silencio, se evade de la ciudad y busca oasis de tranquilidad. Sin embargo, junto a esta doble realidad que se da tan a menudo en la vida del ser humano, aparece una paradoja: apenas se detiene en el camino de su vida, se aburre, se pregunta qué tiene que hacer, a dónde podrá ir, a quién podrá invitar, pone la radio, enchufa el televisor, etc. En definitiva, el ser humano sufre por estar solo, pero tiene tremendos vacíos en su existencia. ¡Qué situación más ambigua vive! Vive en grupo, habla de comunicación, pero todo le lleva al aislamiento; aspira a la tranquilidad y a la paz y no se siente capaz de entrar dentro de sí. ¡Qué curiosa situación, incapaz de vivir con los demás e incapaz de vivir solo! Es cierto: no soporta a los demás y no se soporta a sí mismo.
El fruto de la adoración y de la celebración de la Eucaristía habrá de ser el testimonio. Testigos apóstoles son quienes muestran al Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo y, con palabras y obras, dicen que el Padre ha amado al mundo en su Hijo y, en Él, ha llamado a los hombres a la vida eterna. Así podremos responder a la pregunta que Jesús nos hace en el Evangelio: “¿quién decís que soy yo?”. Lo demás será “memoritis”.
Y cuando en la Misa el diácono nos diga “podéis ir en paz”, que nos sintamos con toda la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos de lo que hemos visto y oído. Así sea.


No hay comentarios:

Publicar un comentario