1 de septiembre de 2015

TERCER DÍA: ESPERANZA

            La catequesis de hoy gira en torno a la esperanza.

La esperanza es la segunda virtud teologal. Pero, ¿qué es esto de una virtud teologal? Se llama “virtud teologal a esos hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo”. Cuando Dios es el objeto de mis deseos, de mis miradas, de mis pensamientos, de mi quehacer, podemos decir que estamos ejercitando una virtud teologal. Cuando nosotros tengamos en nuestra retina la presencia de Dios, miraremos al prójimo de otra manera; sencillamente miraremos como Dios mismo les mira, ni por encima ni por debajo, en su justa medida.  

Dios en el centro de nuestra vida, de nuestra existencia, ¿nos lo imaginamos? Aquello que San Ignacio de Loyola recomienda al que va a hacer oración: “que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad” [EE 46]. El principio y fin del hombre que sea Dios. Esa es la llamada que Dios hace a cada hombre, a vivir en Él, reconociéndole en todo lo creado; Dios creador de todas las cosas, de los animales, de las personas, me invita a alabarle en medio de toda la creación. La contemplación de Dios en el mundo no se tiene porque hacerse difícil si le reconocemos diluido entre nosotros y lo que nos acompaña. La alabanza, con la gran cantidad de salmos del salterio, ha de ser sencilla, porque repitiendo las palabras de los salmos y añadiendo otras que nosotros sentimos en el corazón centrado en Dios y los de Dios, nuestra vida creará su propio Magnificat, es decir, su propio cántico de alabanza porque su corazón está lleno de Dios.

La esperanza en este sentido recrea todos nuestros anhelos, cuando estos tienen la mirada fija en el Señor, en su amor, en el amor al prójimo. La esperanza no cuenta con hombres ilusos, sino con personas de corazón grande que están abiertos a la gracia, viven desde la mendicidad para con Dios, al que todos los días le piden el sustento para poder vivir: Señor, “danos hoy el pan de cada día”.

María es el manantial de todas las virtudes, también la esperanza se hace visible claramente en ella. Ella pertenece al pueblo de Israel que ha vivido por generaciones desde la clave esperanzadora de la llegada del Mesías. Ella participa de la tradición judaica que vive desde la esperanza en el Mesías que liberará al pueblo, como en otro tiempo, lo liberó Yahvéh de la esclavitud de faraón en Egipto. El pueblo tiene puesta toda su mirada en el Mesías porque es su único salva conducto, aunque también a veces su mirada se dirige a otros ídolos, a otras distracciones. 

Ciertamente las distracciones de entonces no tienen nada que ver con las de ahora. Hoy podríamos decir que somos el pueblo del “me apetece”, “prefiero”, “del primero yo y después los demás”, “del déjame”, “del si yo no me meto con nadie”, “del de todo y cualquiera se puede hablar”, “del explayarse en las redes sociales y poca comunicación cuerpo a cuerpo”, “de la inercia y la costumbre”, “del individualismo”, “de la sensualidad y del poco amor”, del tener y poco ser”, “del cumplir y no comprometerse”, “del yo ya hago bastante que voy a Misa”, “de la soberbia”, “del ya, ahora, lo quiero ya”, etc. en el fondo de la “desesperanza”, no tenemos nada en qué esperar, tan solo llegar a fin de mes para cobrar y seguir gastando. Nos hemos convertido en personas que viven esclavas de las cosas, de los centros comerciales y las rebajas, del tener, del aparentar, de la parafernalia, de la ostentación. Y, desgraciadamente, todos esos modos de vivir –y lo sabemos- no nos satisfacen a la larga, no nos llenan como quisiéramos. Y peor, cuando muchas veces, esas actitudes las queremos transportar a la Iglesia, bajo el pretexto de que la Iglesia tiene que adaptarse a los tiempos, tienen que decir amén a todo lo que nosotros queramos. Somos hijos de una sociedad que ha perdido los valores fundamentales recibidos por sus padres y esta sociedad, aunque no lo crea, siente sed pero no aspira a calmar esa sed porque en el fondo creer en Dios nos hace humildes, hijos.

María conoce la Escritura, conoce el Antiguo Testamento, donde se habla del futuro de su pueblo, del Mesías y hasta de ella misma también se habla, porque precisamente el país de la Biblia verá cumplida su esperanza en una joven nazarena, de condición virgen, tal y como profetizaban la Escritura. La Virgen embarazada de Dios es la Virgen de la Esperanza. 



No todo es tan gris como se pinta. La Iglesia participa de la esperanza de María y vive con alegría la fe de los creyentes en muchos lugares del mundo. Hoy la Iglesia es especialmente joven en muchos de los países que hasta hace poco eran de misión. Es Europa, la que decimos “vieja Europa”, la que necesita las vitaminas que le ayuden a incorporar de nuevo en su quehacer cotidiano. Sin embargo, también aquí es fácil reconocer la esperanza de la Iglesia en cantidad de detalles que hay que saber apreciar. Así sea.

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