27 de septiembre de 2015

Homilía - FIESTA DE LA VENDIMIA DE CIGALES

A lo largo de la historia de la Iglesia se ha querido hacer presente la acción de gracias a Dios por los frutos recibidos. A principios de octubre se celebra lo que llamamos “témporas de acción de gracias”. Se pueden celebrar a lo largo de tres días, por tanto, en tres celebraciones litúrgicas.

La fiesta de la vendimia de la D.O. Cigales, en coherencia con la herencia recibida por sus antepasados, se suma a esta Acción de Gracia por medio de esta Eucaristía. Damos gracias a Dios, porque “es de buen nacidos ser agradecidos”, por los frutos recibidos por medio de los majuelos y viñedos que se encuentran enraizados en tantos pueblos de nuestra comarca. 

Esta denominación que tiene su sede en Cigales pero que goza de la riqueza global de todas las gentes de los pueblos de esta zona geográfica: San Martín de Valvení, Santovenia de Pisuerga, Cabezón de Pisuerga, Corcos, Cubillas de Santa Marta, Fuensaldaña, Mucientes, Quintanilla de Trigueros, Trigueros del Valle, Valoria la Buena, Dueñas y, por supuesto, Cigales. Compartimos mucho del quehacer pero nos enriquecemos con la pluralidad de la cultura, y ahora afloramos nuestras raíces comunes que son cristianas, variedad de gentes, pero unidos por la fe, por la catolicidad de la Iglesia.

Las fiestas patronales de nuestros pueblos, así como la fiesta de San Isidro Labrador, en medio de la primavera y del verano, también nos obligan moralmente a dar gracias a Dios por el fruto recibido del campo, el cereal, la patata, la remolacha, el girasol, etc.

La fiesta es signo del trabajo realizado, con el ánimo del trabajo bien realizado. No es la fiesta por la fiesta, sino fiesta por el agradecimiento a Dios creador de todo, también de la tierra y cuanto la contiene. Agradecemos aunque no siempre el fruto recogido es como nosotros quisiéramos. Es conocido por todos, lo digo desde la experiencia de hijo de agricultor, que el trabajo del campo es exigente con su tierra y siempre se desea más, es decir, exprimir el fruto, en esta ocasión, el de la uva, para que pueda dar el mayor fruto posible. Pero la viña es fina y no sabe de cantidad sino de calidad.

Los textos de la Palabra de Dios que hemos leído en esta celebración de la Eucaristía con motivo de esta fiesta no son otros que los que se proclaman en todas las iglesias del mundo, también en los templos de nuestros pueblos, el día del Domingo. Todos nosotros pertenecemos a la misma viña del Señor, que es la Iglesia. Para el Señor los cristianos de todo el mundo pertenecemos a una misma denominación, la que nos otorga el Bautismo y hacemos crecer con el paso del tiempo.

Somos un solo grano de un mismo racimo. También hemos de ser exigentes con la siembra que hacemos de la Palabra de Dios, especialmente en nuestras familias, en nuestras propias viñas. Con el deseo, también, de dar lo mejor de nosotros mismos; el mejor vino.

No hay impedimento, lastre, más grande en nuestro trabajo como autónomos, que la desidia, la pereza, la acedia, la desgana, el dejar para mañana. La educación en la fe no se deja para mañana, no se relega para otras estancias. Dejar crecer sin cuidar: produce grama o viñas silvestres.

Si queremos dar buen fruto, hay que cuidar el antes y el después. No importa solo el trabajo previo a la vendimia, tan importante, sino especialmente el tiempo de después, el de acompañar el proceso del vino en las bodegas. Ahí nos jugamos la calidad de nuestros vinos y de nuestra denominación. El vino que gusta al consumidor no es el racimo en sí, que también, sino el gustar el zumo, el caldo extraído, de todo el trabajo de unos y otros.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios por los dones recibidos. Ayudemos a que los más desfavorecidos de nuestra sociedad para que puedan ser partícipes de la viña y puedan estar cerca de la labor. Que con nuestras leyes ayudemos a integrar la vida de tantos y tantas que viven o mueren por el sudor de la frente. Así sea.

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