17 de septiembre de 2015

Espiritualidad ignaciana - Compañía de Jesús en España


El momento en el que escribo este post y el instante en el que tú lo lees, no es ajeno al instante de Dios. Un Dios que a la vez es lo más cercano a nosotros mismos y lo más lejano, se nos escapa. Un Dios que se hizo hombre en Jesús, el Cristo. Un Jesús que muere en la cruz.

Una cruz ante la cual nos sale situarnos en un primer momento, ante el escándalo, el horror, la queja...y es normal, puesto que forma parte de un principio de estar ante la cruz. Pero hay otro modo de estar ante ella, que es desde el radical agradecimiento a todo. Porque Dios no es sólo lo trascendente, sino que es la profundidad misma de cada momento, lo que nos permite charlar, compartir amor, sentir la amistad, lo que nos conecta alma a alma mediante escritos como este. Todo forma parte del increíble don de estar existiendo aquí y ahora.

Por tanto, todo el don de lo vivido anteriormente está contenido en esa muerte, no queda anulado por ella, sino que queda profundamente recogido como la última ofrenda de la existencia de Jesús.

Por eso, todo lo que hemos vivido, en el altar de nuestra muerte es donde adquiere su último sentido. Eso la muerte no lo puede aniquilar, porque eso ha existido, y eso que ha existido es sagrado y ha pertenecido a lo real.

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